El mundo se paralizó el pasado 15 de diciembre. El consejero de Murcia había recibido una paliza -¡Oh, horror, la rebelión de las masas ignorantes!-. La democracia en suspenso. El temor de los políticos a una oleada de salvajes agresiones en detrimento de nuestra sacrosanta Constitución. Estado de alarma. S.O.S.
Al PP se lo ponen demasiado fácil. ¿Quién pensaba que no iba a aprovechar un acto violento para legitimarse en su buenismo? La jugada es, además doble, y de paso les sirve para confirmar lo que era un secreto a voces: el PSOE se ha pasado a la lucha armada -¡horror doble!-.
Una cortina de humo invade Murcia. Las criticas contra la mala gestión popular se disipan y la sociedad murciana se transforma en una suerte de País de las Maravillas donde reina la concordia y la paz. Porque todos estamos del lado de la democracia, porque quien no está con ella está contra ella, y, sin duda, los demócratas estamos en contra de esos violentos irracionales que atacan a los pobres politicos indefensos que solo buscan el bien del vulgo.
La presión está en alza y comienza a apretar las corbatas de más de uno. El clima político se calienta, hay un cruce de declaraciones, los dos partidos ultramayoritarios se tiran de los pelos ante una opinión pública atónita. Hay minutos de silencio en todos los ayuntamientos murcianos -sí, en España cualquier excusa es buena para descansar y dejar de producir, pero es que por Dios, ¡le han puesto el ojo morado al consejero de Murcia, qué menos!-.
En fin, que mientras la ciudadanía contiene el aliento, reclamando que se atrape el culpable de la agresión y Rajoy pide que dimita el delegado del gobierno del PSOE, solicitando que se atrape al culpable, los socialistas, temiendo por el futuro en las urnas, ordenan con agilidad a la policía nacional que detenga a alguien: quién sea, pero que lo detengan ya, para que todos estemos más tranquilitos. Dicho y hecho: el consejero identifica a un hooligan izquierdoso que ya fue detenido otra vez por no-se-qué-cosa. Todo encaja: al trullo.
Pasan las horas, sin embargo, y la brillante operación policial se transforma en una berlanguiana cagada policial: el móvil del detenido aparece a kilómetros del lugar donde tuvo lugar la agresión, el detenido ni siquiera conoce al consejero -por dios, hasta donde llega el descrédito de los jóvenes por la política- y Pedro Alberto Cruz reconoce que en realidad los policías identificaron al chaval por él, que no lo había visto en su vida.
Se podría haber corrido un tupido velo y aquí-no-ha-pasado-nada, si no fuera por la existencia de esas alimañas sedientas de carne, estimuladas también por la presión política, que contaron con pelos y señales quién era el detenido, qué talla de zapatillas usaba y hasta qué negocio regentaban sus padres: Los medios de (des)información -qué sería de nosotros sin ellos y su eficiente labor de intermediación-. Su foto en primera página, su nombre con todas las letritas y su porvenir, a la papelera de reciclaje -con la de paro que hay hoy en día-.
De todas formas, como es un «radical extremista de izquierda» con antecedentes, no pasa nada: total, carece de racionalidad alguna. Qué brillante etiqueta esa: qué sería de la prensa sin esos radicales antisistema que tanto sirven para justificar la agresión a un consejero como para culpar a alguien sobre la muerte de Chanquete. No importa cuán grave allá sido la barbaridad (¡sí, el guión del último capítulo de Los Serrano también lo hicieron los antisistema!), que allí estará ese cuerpo abstracto de personajes malcriados que les gusta rebelarse contra Papá Estado (¡pobres infelices!). ¿Que hay bombas por toda Europa? ¡Antisistemas, joder, si es que son como las ratas, están por todas partes! ¡Ellos manejan en la sombra a Zapatero para llevar a España a la catástrofe total! ¿Acaso no lo sabías?
Al final, queda demostrado que noticias como ésta son como Alejandro Sanz: un día están en lo más alto y al siguiente, de repente, desaparecen del mapa. Quizás el chaval falsamente acusado decida que ahora sí que está harto de este jodido sistema mentiroso y se inmole ante las puertas del Parlamento, pero esa será otra historia. Lo que de verdad importa, es la moraleja de la que aquí nos ocupa. Cuando los políticos avivan un suceso violento aislado para conventirlo en la norma y legitimarse en su victimismo, con el mero hecho de ganar posiciones en las encuestas, los daños colaterales recaen sobre los pobres inocentes que pasaban por ahí.Y la democracia termina convertida en puro simulacro.
P.D.: La agresión no debería servir para lavar los trapos sucios del consejero de Cultura (que son muchos, una implicación en una oscura trama corrupta, el principal), sino como advertencia ante la impunidad política en casos como este. Cuando la justicia no actúa como debiera, la rabia ciudadana no tiene otro canal de escapatoria que la violencia. La demagogia política y la falta de transparencia sonel verdadero obstáculo a la democracia. Lo demás son pamplinas y simulacros varios. En el video, el consejero habla de cómo convertir la realidad precisamente en ficción: